Prólogo
Ahora los libros que se publican son de tipo sensacionalista, corte político o asuntos de índole policíaca. Como si abrumados por la realidad y las desazones del hombre contemporáneo, sea su ocupación la que fuere, no bastará dárnoslas en voluminosos tomos, lujosos y en los que cada quien da su versión maquilada de los acontecimientos en que se ven envueltos. Bien venidos sean en su oportunidad manejaran siquiera un poquito de lo que se entendía por literatura, fuera oral o escrita, pero el caso es que casi siempre sobreviene el ataque intencional o sin querer al buen manejo escrito de nuestro lenguaje.
Es por esto que quisiera recomendar, el libro de Algunos escritos y algo de reflexión del Licenciado y maestro Jorge Luis Canché Escamilla, por abordar con sapiencia, soltura, verdad y libertad, temas que en la actualidad representan un lastre tocarlos o ni siquiera de pasadita abordarlos, porque entrampamos en la cotidianidad absurda del vivir aprisa, ciego, peligroso y a veces sin sentido de nuestra actual sociedad carente de los valores éticos más elementales, escapaban al menor intento de reflexión y menos de la prudencia, el sentido ético, y en esto no me refiero sólo a nuestra ciudad, sino desde las medianas hasta las grandes urbes de muchos países.
La pregunta que sobrevuela estos textos, es ¿dónde quedó ese gran humanismo que justificó las mejores causas y sacrificios del espíritu, entendiéndose a este como la chispa de la inteligencia? Aquellos valores que afinó a través de tantas contiendas nuestra gente, aquellas que consideró al alcanzarlas como inamovibles y a prueba del ácido corrosivo del tiempo, su combate a la idea a ultranza de que a río revuelto ganancia de pescadores, su lucha en contra del egoísmo, la corrupción física e intelectual y valores que por último, han desaparecido sin ser substituidos por otros, es la primera reflexión a que me llevó el libro. Somos naciones de leyes sin respeto a ninguna, pretendemos que antes de nada está la libertad sin entenderla y confundiéndola a cada momento con intereses mezquinos y libertinajes sin cuento.
Quien reflexiona hace reflexionar al lector y a los demás, a favor o en contra de las ideas del autor, de aquí el valor de un escrito y que la palabra caiga como anillo al dedo o derrumbe los falsos andamiajes. Algunos escritos y algo de reflexiones, es un libro fácil de leer, se va sin sentir porque tiene fluidez, pero nos deja huella, nos permite observar a través de los ojos de su autor, maestro y amigo lo que muchos nos negamos a ver, pasamos por alto por pensar que no nos corresponde ponerle gota de atención y menos siquiera un esfuerzo por corregirlo. Somos adoradores de la imagen, el cuadro hecho o el texto que no merece otra lectura, porque se nos viene constantemente un cúmulo de información que nos evita pensar, sólo aceptar lo ineludible. Perdimos la pasión de razonar, porque otros lo hace por nosotros y vamos adelante, siempre hacia delante hacia el abismo de necedad y el tedio. El vacío y la oscuridad.
Sería oportuno señalar la marcada costumbre local a usar crónicas orales (el relato lo es) o escritas, a que es tan aficionado el peninsular, ocurriendo a veces que le reconocen tal habilidad aunque sin distinguir la crónica literaria, la crónica novelada, la crónica policíaca y el ensayo con influencia de la anécdota o la pasión por dirimir conflictos, ambiciones particulares y politizadas rotas, y si seguimos con alguna clasificación rápida y superficial, tenemos la crónica deportiva, de viajes, la histórica, la médica, la científica, la familiar, la deportiva, la crónica para niños, la periodística y así seguir sin avizorar el final.
Si vamos al diccionario, encontramos:
Crónica: del latín crónica, y éste del griego chroniká (Biblia), libros de relación de sucesos. Historia en que se observa el orden de los tiempos. Artículo periodístico sobre temas de actualidad.
Si observamos algunos escritos medicinales, históricos (los hay en estelas y paredes, en los antiguos templos de la prehispania, donde se describen acontecimientos y relaciones de gobernantes y guerreros en Centroamérica, tal vez entrarían dentro del orden de las crónicas, aunque la gran abundancia que predomina hasta nuestro tiempo son las orales: hazme una crónica de tu vida diaria), la España antigua, el tiempo de la conquista cuando en cada nave venía un cronista, los tiempos de la colonia, los Frailes, Historia de las indias, y así podríamos seguir hasta los tiempos actuales.
Esto me lleva a la conclusión que nunca tan merecidamente serían llamadas crónicas y algunas de ellas memorables por sobresalientes, las de este libro, cuyo autor nos da ejemplo y nos brinda conocimiento a la vez de múltiples materiales, ejemplo de sensibilidad, madurez y sencillez. Principal condición de quien siendo Maestro, lo demuestra en cualquier espacio al seguir ejerciendo la cátedra con generosidad.
Digo y marco generosidad y amor, profunda riqueza interior o espiritual, porque solo quien paladea cada trago que nos ofrece la vida, nos enriquece con el buen vino a veces amargo, y donde la palabra amigo y lealtad adquiere tamaños colosales y ciclópeos. Resulta un placer leer y releer crónicas de tal talante, cuando conforme avanza el lector mejor s nutre con estas reflexiones de gran utilidad, además su habilidad narrativa nos las vuelve al lector entretenidas y nunca aburren, porque crean atmósferas y festinan paisajes.
Sé que el hombre más puro y que hace honor a ser llamado hombre, es aquel que enaltece a través de la memoria la imagen de los amigos, que se nos adelantaron en ese viaje que algún día todos emprenderemos, quiérase o no, el hombre y escritor que habla con cariño y emoción de la Mérida coronada con los vistosos penachos de las flores del flamboyán y reconstruye dentro de las imágenes atrapadas desde su niñez, a su amada colonias Sambulá, la repasa, la revive y se busca en ella. Es un gran honor compartir textos que nos lleven a añorar cuanto representó vida y amor al niño que se volvió adulto, de repente.
Lo bueno de eso, es que mucha gente, sin nombramientos o cargos honoríficos y con la máxima libertad, por el simple hecho de amar a su terruño, su estado y tener conciencia del valor que posee el atesorar en su justo momento, los sucesos que a diario nos marcan como región, hombres libres y seres pensantes, escriben crónicas periodísticas, y yo los conmino, desde lecturas, conferencias, talleres y cada oportunidad, a seguirlo haciendo porque es la única manera en que se atesora, todo pasado, toda actualidad que se convierte en historia y que permite nuestro desarrollo en otras materias y el desarrollo de una personalidad más fuerte, abundante, capaz y mirar o sentir el mundo sin tapujos o deformaciones, porque traen limpias las pupilas, las venas y el espíritu, lo traen además de herencias aunque de un modo ramplón me apegue a la frase usada por nuestros ancestros: para que el hombre sea hombre, necesita dar un hijo a la sociedad, sembrar un árbol (hoy más que nunca) y escribir un libro.
Nuestro autor me consta, en este sentido, destaca por se un padre cariñosos y sensible, se preocupa en serio por el embate que nuestro mundo recibe a diario en su sistema ecológico del cual dependemos y cobija la más auténtica pasión por los libros, tanto como lector así también en su faceta de escritor, y la crónica es justo lo que necesitamos: crónicas de todas las méridas que forman nuestra hermosa ciudad. Crónicas en sus tantos géneros que abordamos al principio de este trabajo.
En estos textos reunidos en el Libro Algunos escritos y algo de reflexión, aparece la labor concienzuda de Jorge Luis que se lanza por los ríos y los incendios de la memoria, para arrebatar de vivencias, inquietudes y llegar al extremo, siempre positivo, de reflexionar y hacernos pensar en aquello que hemos olvidado: cómo mirar lo que está frente a nosotros pero por ciegos o insensibles como nos hemos vuelto, ya no representa nada de los mucho que el ayer reciente significó para generaciones. Presenta también la oportunidad de reflexionar sobre donde colocarnos o en que forma y sin aislarnos, comprometernos y sentir el mundo. Creemos que cada colonia o barrio debería de tener su cronista, con tal que aquellos sucesos aún frescos en la memoria de sus viejos habitantes, sin duda y temor nos brinden esas historias que están gritando su instalación en el papel o en un lugar donde no se pierdan, porque todo cuanto se pierde en esta vida y más en nuestro medio, se convierte en una pérdida total y para siempre.
Volviendo al libro, a estas crónicas tan llenas de ese espíritu de rescate, de interlocución consigo mismo y a la vez de la intención de dejar constancia, es un éxito del maestro Canché Escamilla. El, se sienta a escribir sin mayores pretenciones que las de contarnos hechos, su visión, la motivación y teje y teje en una prosa libre de efectivismos, hasta fragmentos en donde la fluidez la vuelve prosa poética, porque libera su interior de pragmatismos para volverlo juez. Retrocede, vuelve a agarrar su estilo, la sencillez en el trato de su artículo, lo envuelve en la objetividad más pura y va por caminos en los que la amenidad y elegancia es su principal consejero. Abandona su formación académica, para no convertir estos escritos en materia de unos cuantos, para empezar a la pluralidad de lectores, hacia ellos van dirigidos, repito, a la sensibilidad, la inteligencia, el decoro, la ética y los mejores conceptos de lealtad y más que nada al señalamiento de los que representa el amor, la concordia y la lealtad. Conceptos que como árboles también gigantescos se dieron en el pasado y que ahora, hemos talado hasta la raíz como estamos destruyendo nuestro sistema ecológico. Mérida, nuestra querida Mérida, cree desorbitadamente y sin control, se convierte en una gigantesca plancha de concreto y si antaño fue considerada como una de las ciudades más arboladas, hoy da lástima ver como se van muriendo las plantas, como los terrenos no tienen patio y lo peor, que a nadie le importa.
De entre sus interesantes, además de magníficos trabajos reunidos en este libro, me impresionaron aquellos donde haciendo un ejemplo de dechado de lealtad, amistad y compañerismo, va deshebrándonos sus sentimientos más profundos hacia el efecto que le causó la muerte una por una de tres amigos. Digo que doblemente me impresionó, porque me hizo vibrar al recordar esas pérdidas irreparables de quienes también fueron mis amigos. Hernán Menéndez Rodríguez con quien tuve tratos siempre relacionados con la cultura, desde cuando en el ICEY (siendo él asesor) se dieron estas circunstancias, identificándonos por medio de estas reuniones y gracias a su sensibilidad, inteligencia y grandes conocimientos en multitud de disciplinas y temas, hasta cuando en El Por Esto!, tras de haberse hecho cargo de la creación y diseño de El Unicornio, nos reuníamos para continuar nuestras pláticas interminables y discutir sobre la valía de los materiales que le entregaba y que tan generosamente me publicaba en el suplemento sin el menor asomo de censura, de Salvador Rodríguez Losa qué puedo decir que no se haya dicho, sobre su capacidad, bondad y entrega, siempre fue el maestro deseoso de aportar algo a la plática, dichoso de enriquecernos la visión del pasado o el presente nuestro, con él tuve una amistad desde adolescentes, puesto que estudiamos juntos la secundaria y hasta la preparatoria en la entonces Universidad de Yucatán, y aunque me ausenté bastante tiempo, al regresar reanudamos nuestra amistad como si nunca nos hubiéramos dejado de ver y de Raúl Maldonado Coello, mi hermano en las lides de la de la cultura, compañero inseparables de tertulias y culturales, a quien tanto le debe el estado y la ciudad. Palabra por palabra me debí una y otra vez la remembranza que hace el maestro Jorge Luis Canché Escamilla, de estos tres amigos mutuos y en verdad inolvidables.
El memorable y sentido homenaje que el autor hace a sus padres ¿se estila hoy esta función elemental para nuestros ancestros? Hoy las nuevas generaciones, deja a sus muertos en los cementerios, los convierten en polvos de olvido y los abandonan en nichos de iglesias, misión cumplida, dicen, derraman quizás una lágrima y no vuelven ni siquiera a recordarlos. Hacer este homenaje en vida a nuestros progenitores, es doblemente valioso y humano. Hablan de los valores más elevados del hombre, y este mi amigo maestro y licenciado Canché Escamilla, es un ser humano entero, porque sin complejos nos habla también de su pasión por el deporte, sin pasar pos alto que un hombre completo es aquel que los griegos identificaban como poseedor de una mente sana en cuerpo sano, aquí está el quid de todo el libro. Muy alejado a los juegos del seudo intelectual para el que los deportes están fuera de su alcance o comprensión, y quizás entre todos el más bello, la natación, y si es en el mar el disfrute es incomparable. Somos hombres de mar y marinas, de oleaje que oímos muy dentro y de brisas marinas respiradas todo el tiempo.
El yucateco en la competencia deportiva, buscaba el enriquecimiento espiritual que proporciona un cuerpo lleno de energías, en competir y saber ganar y perder, entonces descubría el juego de los subibajas de la vida y a honrar el trabajo en equipo, por desgracia en nuestro medio ya cunde el ejemplo de ver los deportes desde el sillón de la sala, por medio de la televisión, mientras se batanea y cervecea. Que jueguen, bailen, hagan chistes, para eso les pagan, para eso pago, y uno de mirón cultivando la decrepitud y el aislamiento.
El autor, al fin y al cabo buen maestro, nos enseña la relación que debemos guardar con patrones, empleados, familiares y en este aspecto nos remarca que la amistad para mí significa la relación que se da entre una o varias personas sin ningún interés de por medio. Me llamó la atención la observación que hace sobre nuestro apego a rechazar hoy ni por medio del saludo y la conversación, el acercamiento a otra persona. Tal parece que tenemos mucha prisa, nos movemos constantemente, o eso creemos, sin saber a dónde vamos. Canché Escamilla señala el valor de nuestras costumbres más bellas, por ejemplo el hanal pixán. La pérdida de la abuela y la sensación de vacío, el amor capaz de despertar lazos más afectivos sin regir el compromiso, la contradicción entre la sabiduría antigua y el simbolismo del mundo actual, porque nuestro mundo es patraña y lo que queda atrás es asunto sólo para historiadores.
Son algunos de los muchos asuntos que aborda sin requiebros o florilegios. El académico llama a las cosas como son, sin recubrimientos para el consumo fácil ni darle por su lado a nadie. Nos convoca a regresar a reposesionarnos de lo mejor del pasado, la humildad y el amor como sentimiento sublime en el hombre. Hay también metáforas, pero más que nada sapiencia. Ya lo dije y lo repito, el maestro dadivoso sin odios no sombra de envida, afectivo como si su familia lo fuera los lazos de hermandad que construye con sus enseñanzas desde la cátedra y que imparte por vocación, sin negarse, sin omitir nada y sin miedo a ser criticado, lo harían los despistados de espíritu turbio, que no saben cómo escapara de su caparacho de mediocridad. Porque aunque se presuma que la mediocridad no se siente, sí asfixia, envenena, desorienta y mata y mata silenciosamente.
Que ternura despierta la ternura que nos da a raudales la abuela, que emoción y mundo de promesas nos trae la celebración del año nuevo, cuanto amor escancian cincuenta años de casados a la familia, que se podría agregar al artículo de Aconsejar: acción diaria del ser, lejos de ser una frase simplona, es pura filosofía, enterramos el término aconsejar, porque huele a seguir las viejas consejas de los abuelos y nos sentimos muy modernos, además de que creemos que todo cuanto nos sirve está en Internet ¿para qué más?, son tantos y tantísimos los temas que aún eligiendo los más significativos nunca terminaría, por eso vuelvo a recomendar el libro y felicito a su autor. Un fuerte abrazo y adelante, faltan temas, recuerdos, anécdotas por tocar y con seguridad la postrera crónica se escribirá en el último momento del fin de la vida humana. Nos queda tiempo.
Joaquín Bestard Vázquez
Ahora los libros que se publican son de tipo sensacionalista, corte político o asuntos de índole policíaca. Como si abrumados por la realidad y las desazones del hombre contemporáneo, sea su ocupación la que fuere, no bastará dárnoslas en voluminosos tomos, lujosos y en los que cada quien da su versión maquilada de los acontecimientos en que se ven envueltos. Bien venidos sean en su oportunidad manejaran siquiera un poquito de lo que se entendía por literatura, fuera oral o escrita, pero el caso es que casi siempre sobreviene el ataque intencional o sin querer al buen manejo escrito de nuestro lenguaje.
Es por esto que quisiera recomendar, el libro de Algunos escritos y algo de reflexión del Licenciado y maestro Jorge Luis Canché Escamilla, por abordar con sapiencia, soltura, verdad y libertad, temas que en la actualidad representan un lastre tocarlos o ni siquiera de pasadita abordarlos, porque entrampamos en la cotidianidad absurda del vivir aprisa, ciego, peligroso y a veces sin sentido de nuestra actual sociedad carente de los valores éticos más elementales, escapaban al menor intento de reflexión y menos de la prudencia, el sentido ético, y en esto no me refiero sólo a nuestra ciudad, sino desde las medianas hasta las grandes urbes de muchos países.
La pregunta que sobrevuela estos textos, es ¿dónde quedó ese gran humanismo que justificó las mejores causas y sacrificios del espíritu, entendiéndose a este como la chispa de la inteligencia? Aquellos valores que afinó a través de tantas contiendas nuestra gente, aquellas que consideró al alcanzarlas como inamovibles y a prueba del ácido corrosivo del tiempo, su combate a la idea a ultranza de que a río revuelto ganancia de pescadores, su lucha en contra del egoísmo, la corrupción física e intelectual y valores que por último, han desaparecido sin ser substituidos por otros, es la primera reflexión a que me llevó el libro. Somos naciones de leyes sin respeto a ninguna, pretendemos que antes de nada está la libertad sin entenderla y confundiéndola a cada momento con intereses mezquinos y libertinajes sin cuento.
Quien reflexiona hace reflexionar al lector y a los demás, a favor o en contra de las ideas del autor, de aquí el valor de un escrito y que la palabra caiga como anillo al dedo o derrumbe los falsos andamiajes. Algunos escritos y algo de reflexiones, es un libro fácil de leer, se va sin sentir porque tiene fluidez, pero nos deja huella, nos permite observar a través de los ojos de su autor, maestro y amigo lo que muchos nos negamos a ver, pasamos por alto por pensar que no nos corresponde ponerle gota de atención y menos siquiera un esfuerzo por corregirlo. Somos adoradores de la imagen, el cuadro hecho o el texto que no merece otra lectura, porque se nos viene constantemente un cúmulo de información que nos evita pensar, sólo aceptar lo ineludible. Perdimos la pasión de razonar, porque otros lo hace por nosotros y vamos adelante, siempre hacia delante hacia el abismo de necedad y el tedio. El vacío y la oscuridad.
Sería oportuno señalar la marcada costumbre local a usar crónicas orales (el relato lo es) o escritas, a que es tan aficionado el peninsular, ocurriendo a veces que le reconocen tal habilidad aunque sin distinguir la crónica literaria, la crónica novelada, la crónica policíaca y el ensayo con influencia de la anécdota o la pasión por dirimir conflictos, ambiciones particulares y politizadas rotas, y si seguimos con alguna clasificación rápida y superficial, tenemos la crónica deportiva, de viajes, la histórica, la médica, la científica, la familiar, la deportiva, la crónica para niños, la periodística y así seguir sin avizorar el final.
Si vamos al diccionario, encontramos:
Crónica: del latín crónica, y éste del griego chroniká (Biblia), libros de relación de sucesos. Historia en que se observa el orden de los tiempos. Artículo periodístico sobre temas de actualidad.
Si observamos algunos escritos medicinales, históricos (los hay en estelas y paredes, en los antiguos templos de la prehispania, donde se describen acontecimientos y relaciones de gobernantes y guerreros en Centroamérica, tal vez entrarían dentro del orden de las crónicas, aunque la gran abundancia que predomina hasta nuestro tiempo son las orales: hazme una crónica de tu vida diaria), la España antigua, el tiempo de la conquista cuando en cada nave venía un cronista, los tiempos de la colonia, los Frailes, Historia de las indias, y así podríamos seguir hasta los tiempos actuales.
Esto me lleva a la conclusión que nunca tan merecidamente serían llamadas crónicas y algunas de ellas memorables por sobresalientes, las de este libro, cuyo autor nos da ejemplo y nos brinda conocimiento a la vez de múltiples materiales, ejemplo de sensibilidad, madurez y sencillez. Principal condición de quien siendo Maestro, lo demuestra en cualquier espacio al seguir ejerciendo la cátedra con generosidad.
Digo y marco generosidad y amor, profunda riqueza interior o espiritual, porque solo quien paladea cada trago que nos ofrece la vida, nos enriquece con el buen vino a veces amargo, y donde la palabra amigo y lealtad adquiere tamaños colosales y ciclópeos. Resulta un placer leer y releer crónicas de tal talante, cuando conforme avanza el lector mejor s nutre con estas reflexiones de gran utilidad, además su habilidad narrativa nos las vuelve al lector entretenidas y nunca aburren, porque crean atmósferas y festinan paisajes.
Sé que el hombre más puro y que hace honor a ser llamado hombre, es aquel que enaltece a través de la memoria la imagen de los amigos, que se nos adelantaron en ese viaje que algún día todos emprenderemos, quiérase o no, el hombre y escritor que habla con cariño y emoción de la Mérida coronada con los vistosos penachos de las flores del flamboyán y reconstruye dentro de las imágenes atrapadas desde su niñez, a su amada colonias Sambulá, la repasa, la revive y se busca en ella. Es un gran honor compartir textos que nos lleven a añorar cuanto representó vida y amor al niño que se volvió adulto, de repente.
Lo bueno de eso, es que mucha gente, sin nombramientos o cargos honoríficos y con la máxima libertad, por el simple hecho de amar a su terruño, su estado y tener conciencia del valor que posee el atesorar en su justo momento, los sucesos que a diario nos marcan como región, hombres libres y seres pensantes, escriben crónicas periodísticas, y yo los conmino, desde lecturas, conferencias, talleres y cada oportunidad, a seguirlo haciendo porque es la única manera en que se atesora, todo pasado, toda actualidad que se convierte en historia y que permite nuestro desarrollo en otras materias y el desarrollo de una personalidad más fuerte, abundante, capaz y mirar o sentir el mundo sin tapujos o deformaciones, porque traen limpias las pupilas, las venas y el espíritu, lo traen además de herencias aunque de un modo ramplón me apegue a la frase usada por nuestros ancestros: para que el hombre sea hombre, necesita dar un hijo a la sociedad, sembrar un árbol (hoy más que nunca) y escribir un libro.
Nuestro autor me consta, en este sentido, destaca por se un padre cariñosos y sensible, se preocupa en serio por el embate que nuestro mundo recibe a diario en su sistema ecológico del cual dependemos y cobija la más auténtica pasión por los libros, tanto como lector así también en su faceta de escritor, y la crónica es justo lo que necesitamos: crónicas de todas las méridas que forman nuestra hermosa ciudad. Crónicas en sus tantos géneros que abordamos al principio de este trabajo.
En estos textos reunidos en el Libro Algunos escritos y algo de reflexión, aparece la labor concienzuda de Jorge Luis que se lanza por los ríos y los incendios de la memoria, para arrebatar de vivencias, inquietudes y llegar al extremo, siempre positivo, de reflexionar y hacernos pensar en aquello que hemos olvidado: cómo mirar lo que está frente a nosotros pero por ciegos o insensibles como nos hemos vuelto, ya no representa nada de los mucho que el ayer reciente significó para generaciones. Presenta también la oportunidad de reflexionar sobre donde colocarnos o en que forma y sin aislarnos, comprometernos y sentir el mundo. Creemos que cada colonia o barrio debería de tener su cronista, con tal que aquellos sucesos aún frescos en la memoria de sus viejos habitantes, sin duda y temor nos brinden esas historias que están gritando su instalación en el papel o en un lugar donde no se pierdan, porque todo cuanto se pierde en esta vida y más en nuestro medio, se convierte en una pérdida total y para siempre.
Volviendo al libro, a estas crónicas tan llenas de ese espíritu de rescate, de interlocución consigo mismo y a la vez de la intención de dejar constancia, es un éxito del maestro Canché Escamilla. El, se sienta a escribir sin mayores pretenciones que las de contarnos hechos, su visión, la motivación y teje y teje en una prosa libre de efectivismos, hasta fragmentos en donde la fluidez la vuelve prosa poética, porque libera su interior de pragmatismos para volverlo juez. Retrocede, vuelve a agarrar su estilo, la sencillez en el trato de su artículo, lo envuelve en la objetividad más pura y va por caminos en los que la amenidad y elegancia es su principal consejero. Abandona su formación académica, para no convertir estos escritos en materia de unos cuantos, para empezar a la pluralidad de lectores, hacia ellos van dirigidos, repito, a la sensibilidad, la inteligencia, el decoro, la ética y los mejores conceptos de lealtad y más que nada al señalamiento de los que representa el amor, la concordia y la lealtad. Conceptos que como árboles también gigantescos se dieron en el pasado y que ahora, hemos talado hasta la raíz como estamos destruyendo nuestro sistema ecológico. Mérida, nuestra querida Mérida, cree desorbitadamente y sin control, se convierte en una gigantesca plancha de concreto y si antaño fue considerada como una de las ciudades más arboladas, hoy da lástima ver como se van muriendo las plantas, como los terrenos no tienen patio y lo peor, que a nadie le importa.
De entre sus interesantes, además de magníficos trabajos reunidos en este libro, me impresionaron aquellos donde haciendo un ejemplo de dechado de lealtad, amistad y compañerismo, va deshebrándonos sus sentimientos más profundos hacia el efecto que le causó la muerte una por una de tres amigos. Digo que doblemente me impresionó, porque me hizo vibrar al recordar esas pérdidas irreparables de quienes también fueron mis amigos. Hernán Menéndez Rodríguez con quien tuve tratos siempre relacionados con la cultura, desde cuando en el ICEY (siendo él asesor) se dieron estas circunstancias, identificándonos por medio de estas reuniones y gracias a su sensibilidad, inteligencia y grandes conocimientos en multitud de disciplinas y temas, hasta cuando en El Por Esto!, tras de haberse hecho cargo de la creación y diseño de El Unicornio, nos reuníamos para continuar nuestras pláticas interminables y discutir sobre la valía de los materiales que le entregaba y que tan generosamente me publicaba en el suplemento sin el menor asomo de censura, de Salvador Rodríguez Losa qué puedo decir que no se haya dicho, sobre su capacidad, bondad y entrega, siempre fue el maestro deseoso de aportar algo a la plática, dichoso de enriquecernos la visión del pasado o el presente nuestro, con él tuve una amistad desde adolescentes, puesto que estudiamos juntos la secundaria y hasta la preparatoria en la entonces Universidad de Yucatán, y aunque me ausenté bastante tiempo, al regresar reanudamos nuestra amistad como si nunca nos hubiéramos dejado de ver y de Raúl Maldonado Coello, mi hermano en las lides de la de la cultura, compañero inseparables de tertulias y culturales, a quien tanto le debe el estado y la ciudad. Palabra por palabra me debí una y otra vez la remembranza que hace el maestro Jorge Luis Canché Escamilla, de estos tres amigos mutuos y en verdad inolvidables.
El memorable y sentido homenaje que el autor hace a sus padres ¿se estila hoy esta función elemental para nuestros ancestros? Hoy las nuevas generaciones, deja a sus muertos en los cementerios, los convierten en polvos de olvido y los abandonan en nichos de iglesias, misión cumplida, dicen, derraman quizás una lágrima y no vuelven ni siquiera a recordarlos. Hacer este homenaje en vida a nuestros progenitores, es doblemente valioso y humano. Hablan de los valores más elevados del hombre, y este mi amigo maestro y licenciado Canché Escamilla, es un ser humano entero, porque sin complejos nos habla también de su pasión por el deporte, sin pasar pos alto que un hombre completo es aquel que los griegos identificaban como poseedor de una mente sana en cuerpo sano, aquí está el quid de todo el libro. Muy alejado a los juegos del seudo intelectual para el que los deportes están fuera de su alcance o comprensión, y quizás entre todos el más bello, la natación, y si es en el mar el disfrute es incomparable. Somos hombres de mar y marinas, de oleaje que oímos muy dentro y de brisas marinas respiradas todo el tiempo.
El yucateco en la competencia deportiva, buscaba el enriquecimiento espiritual que proporciona un cuerpo lleno de energías, en competir y saber ganar y perder, entonces descubría el juego de los subibajas de la vida y a honrar el trabajo en equipo, por desgracia en nuestro medio ya cunde el ejemplo de ver los deportes desde el sillón de la sala, por medio de la televisión, mientras se batanea y cervecea. Que jueguen, bailen, hagan chistes, para eso les pagan, para eso pago, y uno de mirón cultivando la decrepitud y el aislamiento.
El autor, al fin y al cabo buen maestro, nos enseña la relación que debemos guardar con patrones, empleados, familiares y en este aspecto nos remarca que la amistad para mí significa la relación que se da entre una o varias personas sin ningún interés de por medio. Me llamó la atención la observación que hace sobre nuestro apego a rechazar hoy ni por medio del saludo y la conversación, el acercamiento a otra persona. Tal parece que tenemos mucha prisa, nos movemos constantemente, o eso creemos, sin saber a dónde vamos. Canché Escamilla señala el valor de nuestras costumbres más bellas, por ejemplo el hanal pixán. La pérdida de la abuela y la sensación de vacío, el amor capaz de despertar lazos más afectivos sin regir el compromiso, la contradicción entre la sabiduría antigua y el simbolismo del mundo actual, porque nuestro mundo es patraña y lo que queda atrás es asunto sólo para historiadores.
Son algunos de los muchos asuntos que aborda sin requiebros o florilegios. El académico llama a las cosas como son, sin recubrimientos para el consumo fácil ni darle por su lado a nadie. Nos convoca a regresar a reposesionarnos de lo mejor del pasado, la humildad y el amor como sentimiento sublime en el hombre. Hay también metáforas, pero más que nada sapiencia. Ya lo dije y lo repito, el maestro dadivoso sin odios no sombra de envida, afectivo como si su familia lo fuera los lazos de hermandad que construye con sus enseñanzas desde la cátedra y que imparte por vocación, sin negarse, sin omitir nada y sin miedo a ser criticado, lo harían los despistados de espíritu turbio, que no saben cómo escapara de su caparacho de mediocridad. Porque aunque se presuma que la mediocridad no se siente, sí asfixia, envenena, desorienta y mata y mata silenciosamente.
Que ternura despierta la ternura que nos da a raudales la abuela, que emoción y mundo de promesas nos trae la celebración del año nuevo, cuanto amor escancian cincuenta años de casados a la familia, que se podría agregar al artículo de Aconsejar: acción diaria del ser, lejos de ser una frase simplona, es pura filosofía, enterramos el término aconsejar, porque huele a seguir las viejas consejas de los abuelos y nos sentimos muy modernos, además de que creemos que todo cuanto nos sirve está en Internet ¿para qué más?, son tantos y tantísimos los temas que aún eligiendo los más significativos nunca terminaría, por eso vuelvo a recomendar el libro y felicito a su autor. Un fuerte abrazo y adelante, faltan temas, recuerdos, anécdotas por tocar y con seguridad la postrera crónica se escribirá en el último momento del fin de la vida humana. Nos queda tiempo.
Joaquín Bestard Vázquez
¿dónde quedó ese gran humanismo que justificó las mejores causas y sacrificios del espíritu, entendiéndose a este como la chispa de la inteligencia? Se perdieron con el paso del tiempo, en los tiempos actuales en donde el stress, la ansiedad y la desesperanza por conseguir dinero para cubrir sentimientos materiales han reemplazado el aprecio y sentimientos por cosas de mayor valor como son la salud, la vida y muchas veces incluso la familia, también se han perdido los valores, las enseñanzas de nuestros padre que no logramos transmitir a nuestros hijos, el amor por los símbolos patrios y el sentir patriótico de todo mexicano, se ha perdido la sociedad inmersa en la tecnología y el libertinaje, triste para quien aún fuimos chapados "a la antigua" y extrañamos los tiempos con los abuelos y la familia reunida alrededor de una comida, la cual es solo el pretexto perfecto para saber que estamos ahí para apoyarnos.
ResponderEliminarLe envío un afectuoso saludo Don Jorge. diablo #28